martes, 22 de julio de 2008

Acompañamiento espiritual al enfermo

El acompañamiento es un servicio de mediación a la persona que busca el sentido de su vida desde la coherencia interna, la interiorización de significados y las propuestas de futuro. Significa:

Ø Disponerse a entrar en tierra sagrada “descalzos” libres de algunas tendencias más o menos arraigadas como
- las de moralizar sobre lo que el enfermo dice, siente, ha hecho…
- la de responder con frases hechas y consuelos baratos…
- la tendencia a investigar o a llenar la visita de preguntas
- la tendencia a decir al otro lo que tiene que hacer, sentir o pensar
- la tendencia a decir aquello que uno mismo no se cree

Ø “Hacerse cargo” de la experiencia ajena, dar hospedaje en uno mismo al sufrimiento del prójimo, así como disponerse a recorrer el incierto camino espiritual de cada persona, con la confianza de que la compañía sana ayude a superar la soledad, genere comunión y salud en el sentido holístico.

Ø Generar salud, quien acompaña, con una discreta presencia, genera mayor confort físico, mayor estabilidad emocional, una compañía para compartir las preguntas por el sentido, las inquietudes y los malos momentos que conlleva la enfermedad.

Ø Caminar al lado, quien acompaña no dirige, sino que camina al lado, no impone sino que insinúa, no aconseja sino que discierne en común, es hacer un camino con el que sufre, yendo a su ritmo, acompasando las notas musicales del mundo interior.

Ø Simbólicamente “comer el pan juntos”, es sentarse a la mesa emocional y espiritual del enfermo e intercambiar cuanto hay en ella: sentimientos, deseos, preocupaciones, esperanzas…

En este acompañamiento, la oración y, de forma especial, los sacramentos de la Eucaristía, del Perdón y de la Unción constituyen el momento culminante del camino de la fe, del encuentro con Dios en Cristo misericordioso, a través de la mediación humana del acompañante espiritual.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 21 de julio de 2008

La familia del enfermo

A lo largo de la historia, la familia ha sido y sigue siendo, la primera y más importante institución asistencial del mundo sanitario, lo es por su cercanía, por las prestaciones que ofrece, por su comunicación, su participación, su presencia y afectividad, y, principalmente por su amor fraterno y servicial hacia el enfermo, su ser querido.

Cuando una persona enferma, la familia también enferma y se ve afectada, a veces profundamente. La enfermedad trastorna el ritmo de vida de toda la familia, puede desestabilizarla y suele producir desequilibrios emocionales. La familia necesita al igual que el enfermo, y a veces más, que se promueva y acompañe el desarrollo de la parte espiritual, dentro de la asistencia integral del paciente.

El primer momento de intervención que se realiza con la familia, se produce en el momento de la acogida, es cuando podemos empezar a dar un apoyo humanizado, primero tenemos que conocer a la familia, acercarnos y escuchar sus problemas, según las necesidades, buscamos medios y cauces para estar cerca y acompañarlas, para poder resolver los diversos problemas, teniendo siempre en cuenta que trabajamos formando parte de un equipo multidisciplinar.

Se realizan posteriores seguimientos, que nos ayudan a entender y vivir mejor nuestro acercamiento al paciente, dentro del marco familiar, extendiendo a estos nuestra misión evangelizadora y de humanización.

En nuestro acompañamiento espiritual, no podemos permanecer insensibles ante el sufrimiento que ocasiona en la familia la enfermedad de alguno de sus miembros, tenemos que ser apoyo emocional, compartiendo el sufrimiento y las penas que la enfermedad conlleva, infundiendo consuelo y esperanza, reconfortando en la angustia, ayudando a liberar miedos y temores, estando cerca de la familia abrumada por la enfermedad.

A la familias también se les puede invitar a celebrar la fe y los sacramentos, junto con los pacientes y demás miembros de la comunidad terapéutica, haciéndoles partícipes de la vivencia que experimentan sus seres queridos, en su relación consigo mismo, con los demás pacientes, y con Dios amigo, en la convivencia y en la integración, inspirando en los familiares el amor y la fraternidad.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 20 de julio de 2008

La gratificante labor de los médicos del alma

La gratificante labor de los médicos del alma
Publicado en VIDA NUEVA el 30-05-08

“Los capellanes estamos a disposición de las necesidades espirituales del enfermo”
Con motivo del debate suscitado desde diversos medios de comunicación por la presencia del Servicio de Asistencia Religiosa dentro de los comités de bioética de los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, Vida Nueva ha querido acercarse a conocer de primera mano cuál es la auténtica realidad de los capellanes hospitalarios. Para el sacerdote Víctor Hernández, miembro del comité de bioética del hospital madrileño Gregorio Marañón, ésta es un polémica “que surge interesadamente y fuera de contexto”.
Hernández defiende que “los comités de bioética no deciden ningún tratamiento, sino que son un órgano consultivo donde se aprueba un dictamen orientativo, y, lógicamente, dejar fuera la dimensión espiritual del enfermo sería un error”. El capellán del Gregorio Marañón resalta que no se trata de cubrir puestos, sino de aportar y garantizar la espiritualidad de las personas: “En muchos hospitales no hay sacerdotes en el comité de bioética por no tener la formación adecuada. Además, en ellos no se trata de sumar votos, sino de unir sensibilidades hasta llegar a un acuerdo común”, señala Víctor Hernández.
Lo cierto es que la polémica oculta la trascendente labor que realizan los capellanes hospitalarios, convirtiéndose en auténticos médicos del alma, y que Vida Nueva quiere poner de relieve. Un día para Víctor Hernández comienza “a las 8 de la mañana dando la comunión a los enfermos que la han solicitado. Después realizo la ronda, visito a los pacientes y a los controles de enfermería deseando los buenos días. A las 11 tiene lugar la eucaristía, a la que acuden principalmente familiares de enfermos y personal del hospital. Luego sigo la ronda acercándome a aquellos pacientes que requieren mis servicios”.
La labor de estos médicos de lo espiritual precisa mucho tacto. La primera visita al enfermo es amistosa y de apertura. “El acercamiento es fácil. Entras en la habitación y saludas, ‘Hola, soy el capellán, estoy por aquí de visita’, poniéndote a su disposición”, indica Hernández. Estos encuentros buscan conectar con la espiritualidad propia del enfermo. Es una labor que requiere una presencia continuada para hacerse cargo de su situación espiritual, que, de hecho, es compleja y cambia con el proceso de la enfermedad.
“Tras la aproximación inicial, me intereso por su estado, converso con él para saber cómo se siente. Si surge la ocasión de hablar sobre sus necesidades espirituales, ahondo en ellas, y si solicita algún sacramento, se lo procuro”, explica el capellán del Gregorio Marañón. Claro indicador de que la atención espiritual al enfermo ha de ser continua es que la mayoría de los capellanes llevan un busca para estar disponibles en todo momento.
En su trabajo es necesaria la interacción con el resto del personal sanitario. El enfermero o el médico les pueden facilitar la relación con el paciente. “Pueden guiarte, indicarte qué persona tiene inquietudes espirituales o se encuentra sola. Es importante tener la confianza del personal sanitario, porque si no pasan de ti, aunque éstos son los menos”, señala Julio Millán, capellán del Hospital Neurotraumatológico de Jaén. Sobre esta idea incide su homólogo del Gregorio Marañón: “La ayuda de médicos o enfermeras, así como del servicio de voluntariado, es fundamental para saber qué pacientes te necesitan. La atención al enfermo debe ser integral, cubriendo tanto los aspectos fisiológicos como los psicológicos, sociales y espirituales, aunque a veces las prisas por salvar la vida dejan poco margen a estos últimos”.

Saberse perdonado
El trabajo desarrollado por los capellanes es vital, ya que las cuestiones espirituales poseen gran importancia para quien sufre una enfermedad, más si es terminal. Esto ocurre porque la dolencia no sólo afecta al cuerpo, sino a la totalidad de la persona. “Cuando uno se enfrenta al final de su vida y lo hace desde la fe, cristiana u otra, las necesidades espirituales son mayores. El enfermo precisa sentirse perdonado, que su vida ha tenido sentido y que trasciende más allá de lo que es la parte física”, subraya Víctor Hernández, quien a las familias en duelo siempre les dice que “la muerte no tiene la última palabra, sino que la tiene el amor, y que lo que prima no es la separación, porque la muerte no nos puede separar de nuestro ser querido, no nos puede hacer perder el amor que se ha compartido, sino que ese amor tiene que trascender, y en eso es en lo que somos iguales a Dios”.
A pesar de llevar una existencia tan apegada al sufrimiento, los capellanes hospitalarios no consideran su misión psicológicamente dura, sino gratificante. Para Mariano Fernández, capellán del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid), “en esta cultura que maquilla el sufrimiento y se fija más en la imagen y la felicidad aparente, es normal que se califique de dura nuestra labor. No voy a negar que hay momentos complicados, pero el amor preferencial por los enfermos es algo muy gratificante. Es en el dolor donde comprobamos nuestra condición humana. La enfermedad nos iguala y nos hace más humildes”. La misma idea comparte Julio Millán, aunque reconoce que sufre con los que sufren: “El otro día murió una joven de 20 años por un infarto cerebral y claro que lloras con el padre y la madre”. Al hablar de este tema, Víctor Hernández incide: “La cuestión es ayudar al paciente a morir en paz y con dignidad. Cuando uno se siente amado por Dios, incluso en la muerte, descubre también lo que es el valor de una vida plena”.
En la actualidad, los capellanes hospitalarios españoles se enfrentan a una nueva realidad: el creciente número de pacientes, en su mayoría inmigrantes, que profesan otras religiones. A ellos también ofrecen su apoyo y comprensión. “Visitamos enfermos de otras confesiones y a gente que no tiene fe pero que te reciben para charlar.
Siempre te agradecen la compañía, aunque también es cierto que hay pacientes que rehúyen a los curas, pero son los menos”, indica Hernández. Claro ejemplo de esta realidad son los nuevos hospitales de la Comunidad de Madrid, que cuentan con una sala de culto multiconfesional.

Algo más que un buen sacerdote
Convertirse en bastón espiritual de los enfermos no es tarea fácil. Contra lo que pudiera parecer, ser un buen sacerdote no implica ser un buen capellán. Una idea que defiende Mariano Fernández, del Severo Ochoa de Leganés, quien es consciente de que para atender espiritualmente a los enfermos, “además de tener una aquilatada preparación filosófica y teológica, son necesarios conocimientos psicológicos y bioéticos; y poseer una formación adecuada sobre todas las facetas de la atención pastoral en el hospital”. Para Víctor Hernández, del Gregorio Marañón, lo primordial es “tener una gran sensibilidad hacia el mundo de la salud, muchas veces llegada por experiencias personales. Yo perdí a mi madre y hermano tras largas enfermedades. San Agustín preguntaba ‘¿Qué sabe aquel que no ha sufrido?’. Una vez que tienes esa sensibilidad sí que te tienes que formar”. Por su parte, Julio Millán, del Hospital Neurotraumatológico de Jaén, defiende la importancia de su trabajo, pero denuncia que en muchas ocasiones “las capellanías se convierten en el cajón de sastre de los obispos”.

¿Teoría de la verdad?

El problema de la verdad ha supuesto una cuestión fundamental a responder durante toda la historia del pensamiento. Ha sido abordado desde múltiples corrientes de pensamiento y se han ofrecido respuestas igual de dispares acerca de la posibilidad o no de alcanzar la verdad. El hombre no se ha conformado con mirar al horizonte sin preguntarse por la veracidad de todo aquello que lo rodea, le afecta y conoce.

La existencia del hombre es del todo ininteligible separada de la verdad. Una vida humana sin nada que ver con la verdad es, sencillamente, lo más opuesto a la vida humana. Porque la verdad es conciencia y es sentido. La vida humana aparece como quehacer, como realización de un para que, y por tanto, eso que llamamos verdad, tiene que patentizar la finalidad de la existencia humana, en un presente concreto que emerge del pasado histórico.

La verdad hace referencia a las tres dimensiones de la temporalidad humana:

- Aletheia: significa lo que no está oculto, se refiere sólo a las cosas y en el presente.
- Veritas: apunta a la exactitud y el rigor en el decir, el derecho juzga hechos pasados.
- Emunah: de donde viene amén, es asentimiento, me fío, es la verdad de las personas, significa fidelidad y confianza por el futuro.

La verdad se desplaza del objeto a lo que se dice de los objetos, a ser una propiedad de nuestro conocimiento. Conocer es interpretar los datos de la experiencia y está relacionado con el concepto de realidad, es verdadero lo que concuerda con la realidad de los hechos.

Otra forma de ver la verdad se basa en el acuerdo del pensamiento consigo mismo, o lo que es lo mismo, la ausencia de contradicción; no basta con saber qué entendemos por verdad, hay que saber cuándo un enunciado es verdadero o falso, no todo lo que parece que es, es realmente.

El criterio de verdad ha cambiado mucho en la filosofía. Después de desconsiderar la pura evidencia como método de criterio de verdad, llegamos a la conclusión de que necesitamos certezas indudables, o al menos seguras a largo plazo, pero también llegamos a la conclusión de que no es posible que exista un único criterio de verdad, sino que más bien es necesaria una pluralidad de criterios. En definitiva, ninguna teoría en absoluto, ni empírica ni apriórica permite ilustrar en sus fundamentos qué es la verdad.


Norka C. Risso Espinoza

sábado, 19 de julio de 2008

Duelo



Estamos en una cultura que cada vez se aleja más y acepta peor cualquier tipo de sufrimiento; por eso, las manifestaciones excesivas de dolor ante la muerte no tienen cabida en las ceremonias comunitarias. Hoy, la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento se viven como un fracaso. Por tanto, tampoco se acepta la muerte, que es el último e inexorable ‘fracaso’ y, como no se puede evitar, se lleva en silencio, sin ceremonias que trasciendan de lo privado. En el ámbito individual, el dolor, la pena y el duelo son similares e incluso más intensos que en épocas anteriores. El dolor se vive en la intimidad, e incluso el hacer excesivas manifestaciones de dolor se considera como exageraciones.

Antiguamente la ‘buena muerte’ era la que llegaba poco a poco, la que daba tiempo para reconciliarse con Dios y con el prójimo. Sin embargo, la ‘mala muerte’ era la muerte repentina, la que había venido a hurtadillas y segado la vida sin que el moribundo hubiera tenido tiempo de poner en orden su vida espiritual, religiosa y humana. Hoy en día, los conceptos han cambiado y la muerte deseada es la muerte repentina, sin sufrimiento. Tal vez por la falta de contenido de nuestras vidas, pensamos y sentimos que no necesitamos reconciliarnos con nada ni con nadie.

La muerte de hoy es con frecuencia la muerte en soledad. Nos parece una muerte trágica y conceptuamos la soledad como un sufrimiento añadido muy importante. Por eso, nos imaginamos una muerte buena como una muerte en paz, sin sufrimientos y, sobre todo, rodeados de nuestros seres queridos, que en ese momento nos aportan cariño y consuelo.

Cuando el tiempo de la partida es inminente (2 Tim 4, 6), y, aparentemente, no resta si no aguardar la muerte, el anciano enfermo es la figura de una plenitud que ni siquiera el deterioro progresivo anula. «No habrá jamás... viejo que no llene sus días» (Is 65, 20). El final de la vida puede estar lleno de recuerdos y de nostalgias, y también de agradecimiento; de experiencias y de sabiduría, de desasosiego y de serena confianza; de soledad sufrida, por impuesta, y de soledad fecunda. Es el tiempo de volver a Dios con amor, con las manos abiertas y el corazón agradecido.

El enfermo ya no está pero la familia ha de proseguir con su vida sin él. En ocasiones la relación de atención a su ser querido ha sido bien estructurada y la despedida ha podido hacerse sin gran dificultad y de manera real tanto en el plano físico, como en el espiritual, quedando la familia con la ausencia pero con el confort y consuelo de la tarea bien hecha. En esto un equipo tiene mucho que hacer bien, ya que unos últimos días con síntomas incontrolados se van a vivir como un sufrimiento evitable, como de cierto abandono y... quedarán cuentas pendientes en la elaboración de la pérdida; pudiendo quedarse la familia enganchada en un duelo patológico. Tomemos en especial consideración que según sean los últimos días de la vida del enfermo serán los días futuros de los que lo quieren. Nuestro acompañamiento ha de continuar hasta su total resolución. Explicar que nos pueden llamar para aclarar las dudas que puedan surgir una vez que nos hayamos ido.

Cuando pasado unos días nos debemos poner en contacto con la familia para expresarles nuestro sentimiento por la pérdida de su familiar, reforzarles positivamente su labor en el cuidado que prestaron al paciente evitando así sentimientos de culpabilidad, trasmitiéndoles que nos tienen a su disposición para lo que necesiten. Se ofrece la posibilidad de celebrar un funeral en la Iglesia del centro en compañía de los que fueron sus compañeros.


Norka C. Risso Espinoza

viernes, 18 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (III)


No podemos renunciar al “misterio” que envuelve al sufrimiento, ni a la parcialidad de nuestra comprensión por lo limitado de nuestro saber y conocimiento, pero tampoco podemos renunciar a la oportunidad que nos brinda Dios de hacernos saber como en el caso de Abel, en el del propio Israel, en el de su propio Hijo y en tantos como se han dado y se darán a lo largo de la historia, que el sufrimiento humano está presente en la historia del hombre y a la vez en las manos de Dios que no se despreocupa, sino que escucha el clamor de su pueblo, la voz del indigente, la llamada de sus criaturas.

En la carta apostólica Salvifici doloris, Juan Pablo II expresaba el deseo de que el sufrimiento ayude a “irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio yo a favor de los demás hombres, de los demás hombres que sufren”, y añadía: “el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento” (n. 29).

Partiendo de lo dicho por su predecesor, nos dice Benedicto XVI, en su discurso titulado ‘El beso del leproso hoy’, que dirigió a los participantes en la Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la Pastoral de la Salud el 24 de noviembre de 2006, que hace falta una pastoral capaz de sostener a los enfermos que afrontan el sufrimiento, ayudándoles a transformar su condición en un momento de gracia para sí y para los demás, a través de una viva participación en el misterio de Cristo.

Y no olvidemos que nadie está libre del sufrimiento, todos hemos de sufrir, el justo y el que no lo es, posiblemente el justo sufra mucho más[1], abundando en esta idea Tomás de Kempis afirma: Convéncete, no hay hombre alguno sobre la tierra sin tribulación y dolor, aunque sea rey o papa[2].


[1] Juan del CARMELO, Del sufrimiento a la felicidad (DAGOSOLA, SL, Unión Europea 2006)
[2] Tomás de KEMPIS, La imitación de Cristo (BAC, Madrid 1974)


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 17 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (II)

Pero no sólo hay preguntas, también respuestas de Dios, jalonadas desde dentro de la Historia de la Salvación, en un proceso de crecimiento en el que se va descubriendo el error de interpretaciones humanas y la verdad de Dios. Por eso, la Sagrada Escritura recoge en su interior la realidad del hombre, sus cuestionamientos más profundos y la respuesta de Dios a los mismos, que habrá que saber descubrir y asumir, ya que en la Sagrada Escritura tiene cabida todo lo que se refiere al ser humano y a su destino.

Es lo que intentaremos ir descubriendo en esta página, recordar un problema y una realidad que tenemos presente a menudo en nuestras vidas: la enfermedad y el sufrimiento. Nos adentrarernos en la Revelación para en ella descubrir el mensaje de Dios para el hombre que sufre. Y para ello podremos recorrer especialmente el Libro de Job, el justo que sufre. Pero sobre todo intentaremos adentrarnos en el Gran Libro abierto que es Jesucristo, la Revelación absoluta y definitiva, “salud de Dios para los hombres”, que no sólo es “varón de dolores” sino que además a lo largo de su camino es modelo de actitudes hacia los enfermos. Se nos revela el anuncio de Dios Padre misericordioso que por medio de la acción de su Hijo, ofrece a todo hombre el don de la curación integral.

Así se muestra cómo el interrogante planteado por Job, y por cada una de las personas que sufren, halla su respuesta, no explicativa sino existencial, en Jesucristo.

Nos decía Juan Pablo II que, en el lenguaje bíblico de los textos veterotestamentarios, inicialmente, sufrimiento y mal se identificaban. Pero, gracias a la lengua griega, especialmente, en los textos neotestamentarios se distingue sufrimiento y mal. Sufrimiento es una actitud pasiva o activa frente a un mal, o mejor, frente a la ausencia de un bien que se debiera tener[1].

[1] JUAN PABLO II, Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano (Paulinas, Madrid 1984)


Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 16 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (I)

“Por ser imagen de Dios infinito, el hombre es indefinido, nunca concluso, en perpetuo cambio inventivo, descubridor, creador en el sentido de estar asociado a la creación. Y es capaz de comprender la realidad, de escapar a su limitación para envolver en cierta medida el universo entero y hasta a su creador”[1].

Junto con la consecuencia de ser la primera maravilla de la creación, el hombre se experimenta a sí mismo con una fuerte carga de limitaciones que le frustran en su proyecto de plenitud. Hoy, la respuesta a esta situación la busca principalmente en la ciencia que le haga superar la finitud, al mismo tiempo que se afana por vivir profundamente las oportunidades temporales que tiene.

Sin embargo, el interrogante permanece, la duda del ¿por qué? sigue estando presente. Y aunque de distinta manera que la ciencia, también hay una búsqueda de sentido, de respuestas que ayuden a vivir.

Y es la pregunta que la historia y el mismo hombre le han dirigido a Dios: ¿Por qué tenemos que sufrir? ¿Por qué existe el sufrimiento? La enfermedad, la injusticia, las pérdidas morales y materiales, las catástrofes... ¿por qué?

[1] J. MARÍAS, La imagen de Dios en “Problemas del cristianismo” (BAC, Madrid, 1982)


Norka C. Risso Espinoza

Cantico del Anciano

Dichosos los que me miran con simpatía.



Dichosos los que comprenden mi lento caminar.



Dichosos los que hablan en voz alta para minimizar mi sordera.



Dichosos los que estrechan con calor mis manos temblorosas.



Dichosos los que se interesan por mi lejana juventud.



Dichosos los que no se cansan de escuchar las historias que con frecuencia repito.



Dichosos los que comprenden mi falta de cariño.



Dichosos los que me regalan parte de su tiempo.



Dichosos los que se acuerdan de mi soledad.



Dichosos los que me acompañan en el sufrimiento.



Dichosos los que alegran los últimos días de mi vida.



Dichosos los que me acompañan en el momento del paso.



Cuando entre en la vida sin fin me acordaré de ellos ante el Señor.



Autor desconocido