a ACARICIAR las aristas de la vida, a tocar la vulnerabilidad,
a achuchar la fragilidad, a besar la enfermedad;
para llegar a lo verdaderamente valioso: al interior,
allí donde se cobija el amor, que parece que se esconde
bajo esas capas de imperfección, de torpeza, de desacierto.
Enséñanos con autoridad y caridad
a ESCUCHAR tu voluntad
y a ponerla en práctica en nuestra vida,
entre los nuestros: nuestros amigos y desconocidos,
entre todos aquellos que son nuestros hermanos;
por los que podemos decir cada día
lo que Tú nos has enseñado,
un Padre Nuestro que surge de dentro,
que remueve entrañas y que clama al cielo.
Enséñanos con autoridad y caridad
a SABOREAR los manjares que nos ofreces,
a sentarnos en las dos mesas
y deleitarnos con tu Palabra y con tu Cuerpo
a degustar los sentimientos, que no son buenos ni malos,
a probar tus dones naturales,
que percibimos desde que nos levantamos,
a catar los valores y los bucles de la humanidad.
Enséñanos con autoridad y caridad
a OLER tu presencia allí donde aparentemente huele a ruina,
donde las lágrimas empiezan a estancarse
porque no permitimos que fluyan con espontaneidad,
donde la enfermedad da paso a la angustia, al miedo, a la ansiedad;
a oler la fragancia de la psicobiografía humana
y no quedarnos con los perfumes penetrantes
que enmascaran tantos dulces aromas,
a oler el abrazo que da vida.
Enséñanos con autoridad y caridad
a VER tu grandeza en nuestra debilidad
y desde aquí poder darnos en cada uno de tus rincones
ser capaces de llevar un poquito de luz
en lo oscuro de la vida, en lo imperfecto,
y que no se nos note, que se te note.
Norka C. Risso Espinoza