viernes, 4 de marzo de 2016

Misericordia y Conversión en San Juan de Dios


Como sabéis estamos en el Jubileo de la Misericordia, y no voy a hablar mucho más de ello porque lo estamos viviendo desde el 8 de diciembre de 2015; pero, también estamos en el tiempo de cuaresma, y nuestro Papa Francisco ha expresado su deseo de que “la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios”; pues bien, en este tiempo se nos recuerda que siempre estamos necesitados de experimentar la misericordia y el amor de Dios; y que hemos de estar permanentemente en actitud de conversión y de salida de nosotros mismos para ir al encuentro de nuestro hermano, desde el amor, desde la caridad, desde la misericordia.

INTRODUCCIÓN

La cuaresma es precisamente un tiempo fuerte de encuentro, conversión y renovación.

Haciendo uso de vuestra paciencia, me gustaría compartir sobre el itinerario de conversión de san Juan de Dios, en consonancia con los domingos de cuaresma, que como ya habéis escuchado los domingos pasados, el primero y el segundo son las tentaciones y la transfiguración, y en este ciclo C del año litúrgico, se proponen textos que tratan de la conversión y del perdón de los pecados, las parábolas de la higuera estéril, del hijo pródigo y la mujer adúltera.

PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO DE CONVERSIÓN

Hemos empezado el primer domingo de este tiempo de conversión pisando fuerte, con un evangelio que nos despierta de nuestros posibles letargos y nos pone en clave de conversión, renovación y búsqueda de la voluntad de Dios en medio del desierto que en muchas ocasiones nos ofrece la propia vida; existen muchas formas de ser llevados al desierto por el Espíritu: la enfermedad, la soledad, una ruptura familiar, una situación laboral difícil,… cada uno podemos ir pensando en nuestros propios desiertos, que para algunos es un sinsentido de la vida y para otros es encontrar un sentido.

El caso es que el camino aventurero y fascinante de Juan de Dios nos muestra las maravillas de quien se ha dejado conducir al desierto y descubre allí la acción de Dios sintiéndose hermano de los más desfavorecidos. Fue tentado en ese camino de búsqueda de muchas formas, e incluso lo pasó muy mal como soldado… hasta que llega a Granada.

Dice el Hermano Braulio Novella: «No es necesario ponderar su belleza y su rango. “La toma” fue en son de paz, con los libros al hombro, por la puerta de Elvira, donde puso su tenderete. Deslumbrado por la grandiosidad de los jardines y monumentos, asombrado por aquel hervidero humano, oía el rumor monótono de los desamparados, cayendo en la cuenta que allí donde hay muchos ricos abundan los pobres y donde se desborda el desenfreno, cunden los desgraciados. Percibió también el número ingente de personas buenas y dadivosas. Tanta belleza y suciedad juntas, lo sacaban de quicio y decía: esto no puede ser, esto no puede ser». Digamos que desde esta frase empieza el itinerario de conversión. En el desierto encontrarse con el esto no puede ser.

SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO DE CONVERSIÓN

En el segundo domingo de este tiempo de conversión, entre el tabor y lo cotidiano, se nos invita a la oración, con nuestra mentalidad práctica, tal vez nos cuestionemos si hay que subir a la montaña para rezar, y la respuesta es sí, sí hay que rezar, debemos capacitarnos en el arte del silencio interior, porque es allí donde podemos escuchar aquello de “este es mi hijo, el escogido, escuchadle”.

A mí no me gusta dar nombres, porque siempre te dejas alguno en el tintero, pero, aquí no puedo evitar compartir mi experiencia con un hermano de san Juan de Dios, para mí, otro “santo de la misericordia”; me estoy refiriendo al hermano Antonio Florido, al que todos, o casi todos, conocisteis. Él con su estilo de vida, me enseñó a escuchar, hacer silencio interior pasando por la disposición a centrarse en el otro, poniéndose así mismo entre paréntesis, aprendiendo a manejar los sentimientos que produce el encuentro con la vulnerabilidad del otro… todos los que le conocisteis tenéis que haber sentido su entrega desde el silencio, desde la escucha activa, desde ese estar sentado en su mesa engarzando bolitas  para hacer rosarios, y estando pendiente de cada uno de vosotros. Intuyo que esta escucha la aprendió el hermano Antonio Florido de Juan de Dios, y así nos los fue transmitiendo a los que tuvimos la gozosa experiencia de conocerlo.

Juan de Dios experimentó la sensibilidad de escuchar a Cristo a través de Juan de Ávila, ¿os acordáis? Juan de Dios participaba en la vida de fe que, en aquella época era lo normal en España y, en concreto, en Granada. Dentro de toda la “movida” de mercaderes, aventureros, artesanos, extranjeros… se tenían de vez en cuando lo que hoy llamaríamos charlas o conferencias, y un 20 de enero de 1539, fue a Granada, Juan de Ávila (más tarde sería San Juan de Ávila). Ese 20 de enero, día de la festividad de San Sebastián, Juan se encontraba en la capilla dedicada a este santo mártir con la finalidad de oír predicar al célere Juan de Ávila. Abstraído estaba Juan de Dios en la oración cuando el Maestro Ávila empezó su sermón. Él ya estaba en el tabor, estaba orando.

El tema de la “charla” del día, era el evangelio del seguimiento cuando Jesús dice a los suyos que “dejen todo y le sigan”. Al preguntar el famoso predicador a sus oyentes, con voz potente: «¿Qué hacéis por nuestro Cristo, que tanto os ama?» a Juan le pareció que aquellas palabras eran para él en concreto, aunque estuviera rodeado de muchas personas, y sintió algo muy extraño dentro de sí mismo, algo que no podía entender (suele pasar a veces). Era el fuego de un deseo inmenso de hacer el bien, que durante muchos años (en esa etapa de búsqueda) estaba ardiendo sin poder levantar llamas. Las palabras del sacerdote manchego habían roto aquella costra y en aquel volcán de amor y misericordia se abría una gran brecha. Las llamas, tanto tiempo reprimidas, se levantaron hasta el cielo iluminando a Juan de Dios, esa fue la transfiguración vivida por Juan de Dios, que, al ver a Dios y verse a sí, no pudo menos de salir corriendo, alucinado, con un fuerte “subidón” que dirían los más jóvenes, dando gritos por las calles granadinas: que había que seguir a Jesús.

La gente decía que Juan de Dios se había vuelto loco, pero él se percató en ese momento, que Dios misericordioso, le había desvelado el porqué de tantas cosas en su vida, hasta entonces inexplicables.

Las enseñanzas que extraemos de este episodio de su vida siguen siendo actuales, este momento lo conocemos como la conversión de San Juan de Dios; se produce tras escuchar el evangelio de las Bienaventuranzas y abrirse a la iluminación de la gracia divina y es que siempre que Jesucristo predica el evangelio, llama a la conversión. Fue el encuentro con esas palabras lo que hizo cambiar radicalmente su existencia, fue el punto álgido de este trayecto de su peregrinación.

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO DE CONVERSIÓN

Y así llegamos a las parábolas de la conversión, porque Dios no se cansa de darnos oportunidades, y en el tercer domingo (que lo escuchamos hace dos días), el de la higuera estéril; vemos que siempre cabe la posibilidad de responder positivamente a su plan, pero claro, hay que hacer algo por crecer y abrirse al abono con el que el Señor pretende sacarnos adelante. Necesitamos tiempo para madurar y dar fruto, para convertirnos y cambiar la mentalidad del corazón. A la higuera sin fruto le falta su proceso de maduración.

Este proceso lo descubrimos en la vida de san Juan de Dios: tras los gritos desaforados, pidiendo perdón a Dios y a todo el mundo, que se tira al suelo, da  volteretas, llora… a Juan de Dios lo llevan como loco pernicioso al hospital, podríamos decir que a la sección de psiquiatría, para someterlo a la terapia de los azotes. Y parece ser que fue un ingreso voluntario, porque cuando quiso fue y pidió el alta y tuvieron que dársela, por sus muestras de cordura, sensatez, buen juicio e inteligencia superior a lo común. Siendo como era gran observador, su talento natural le llevó a descubrir allí mismo precisamente, el inmenso mundo de la enfermedad y su entorno, con los peligros que acechan al hombre sometido a cualquier tipo de dolencias. Pero necesitó su tiempo. Necesitó su tiempo para percatarse de todo esto, necesitó un parón en el camino.

A nosotros nos pasa, imaginad que cogemos la furgoneta del centro y nos vamos de paseo, y a pesar del GPS nos perdemos, sería un poco absurdo, que sabiendo que vamos en camino inadecuado siguiéramos adelante, ¿qué deberíamos hacer? Pararnos, si podemos, y ver cómo podemos regresar para coger la salida adecuada, pues algo así es la conversión, consiste en pararnos sentir esa misericordia de Dios, e ir transformando el corazón de piedra en un corazón capaz de entregarse por el prójimo.  Sí, en muchas ocasiones “andamos como barca sin remo”, que diría Juan de Dios.

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO DE CONVERSIÓN

El cuarto domingo, tenemos la parábola del hijo pródigo, destacando la actitud misericordiosa del Padre, en la que no hay posibilidad de encontrarse con el Padre sin sentirse hermano de los otros hijos.

Esta incondicionalidad de ser hijo y hermano la descubrió Juan de Dios, ¿qué le pasó? Unos dicen que se trata de un caso típico de conversión radical por efecto de la gracia “tumbativa”, que irrumpió sobre él, como sobre Pablo de Tarso cuando iba a caballo camino de Damasco y lo derribó. Otros opinan que fue un fogonazo, un torrente de luz interior que le ofuscó. Otros, que sufrió un momentáneo trastorno mental, sin consecuencias, del que pronto se repuso. Algunos dan un sinfín de explicaciones.

Sencillamente, la respuesta podría ser, que descubrió de modo súbito y emocional (las palabras de Juan de Ávila lo empujaron), lo mucho que Dios Padre lo había amado, como era objeto de la predilección de Jesucristo, escondido en el pobre y el enfermo, y no haber correspondido a ese amor tan grande con más dedicación, a sus 44 años ya. Veía con nitidez que el hermano, su prójimo, era su vocación, la auténtica llamada a Dios, no percibida antes con tanta fuerza, no seguida con coraje. Y lloraba de dolor y de amor, que son dos caras de la misma realidad, esas son las dos caras de la conversión.

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO DE CONVERSIÓN

Y finalmente, en el tramo final de este tiempo de conversión, nos encontramos con la mujer adúltera, y a Jesús que respeta a la persona y a cada persona, sin echar nada en cara, le dice “tampoco yo te condeno”, le da confianza y seguridad en el camino futuro. La libera para proyectar una vida nueva. Sólo Dios puede perdonar porque sólo Él es rico en misericordia. Ya diría san Juan de Dios, “si supiéramos cuán grande es la misericordia de Dios nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiésemos”, y por ello en su peregrinación hacia Guadalupe, su canto será “Yo serviré a ‘mis amos y señores’, los enfermos, antes de que se me mueran y aunque se vayan a morir”, ya veis daba igual la condición del enfermo, Juan de Dios sólo quería servir, desde la caridad, sin juzgar, con misericordia, y es que la conversión, invita al compromiso.

FINAL

Cada uno de nosotros se encuentra en un momento concreto de la vida y, desde él, tiene que tomar una opción delante del Señor. También a ti y a mí nos ha llegado la hora. Pero la respuesta es algo personal que nadie puede dar por nosotros. Hay momentos en los que Dios y la persona se encuentran cara a cara. Hay momentos en los que están, frente a frente, la misericordia de Dios y nuestra limitación humana… y uno de esos momentos es la conversión, con sus distintas etapas, esto es lo que vivió Juan de Dios.

Que en este tiempo de misericordia, de conversión, podamos decir como el santo: “Confío en sólo Jesucristo que Él me desempeñará, pues Él sabe mi corazón”.

¡Viva san Juan de Dios!



 *Imágenes de internet

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