miércoles, 1 de marzo de 2017

Juan de Dios Samaritano

Me han pedido para la Novena de San Juan de Dios de Ciempozuelos, que a partir de las vivencias de Juan de Dios, haga llegar mi propia experiencia, a la luz del mensaje del Evangelio, sobre 'Juan de Dios Samaritano'. Sabiendo que hay muchas personas que pueden hacerlo mucho mejor que yo, esto es lo que me he atrevido a compartir:

Lo primero agradecer a la Comunidad de Hermanos de San Juan de Dios de Ciempozuelos, y a la Hermandad la posibilidad de compartir este momento con vosotros. También agradecer vuestra presencia.

Para Juan de Dios fue necesario sentirse herido y enfermo para darse cuenta que su misión era la de ser el samaritano que bajaba a Jericó. En este tiempo de Cuaresma que iniciamos hoy, esto es importante, porque efectivamente para ver la luz que nos lleva a la vida con mayúsculas, es necesario pasar primero por la Cuaresma y la Semana Santa. Para ser buen samaritano, es necesario sentirse primero herido y enfermo, sentirse vulnerable en algún momento de la vida.

La parábola del buen samaritano constituye el fundamento bíblico de la hospitalidad. Lo primero que nos encontramos es la pregunta ¿quién es mi prójimo? Si retrocedemos a la vida de Juan de Dios, su respuesta ante ¿quién es mi prójimo?, podría ser:

  • Sebas, un viejo sin hogar que vive en las calles y duerme bajo los puentes 
  • Juanico, que lo abandonaron a la puerta de una iglesia, creció en el hospital hasta que hallaron una familia que lo acogiera
  • Blasillo, uno de los locuelos tan queridos para Juan de Dios, de ojos y corazón saltimbanquis
  • Felisa, la prostituta feliz, una mujer que, entre otras, empezó una nueva vida


Esto por decir algún nombre, porque es vital poner nombres a nuestros prójimos, es una forma de valorarlos, hacerles sentir importantes; pero, pensemos también en todos los enfermos mentales que recibían baños de agua fría, cadenas, azotes; o en los pobres que día tras día Juan de Dios socorría por las calles de Granada, o los enfermos pobres, los vagabundos, los niños abandonados, para los cuales la casa de la calle Lucena se convirtió en hospital, refugio, hogar, hasta que en 1546 se realiza el traslado desde la casa de Lucena hasta la Cuesta de los Gomeles, esos son su prójimo, esa procesión de cristos rotos y moribundos que el pueblo de Granada contemplaba

Y ¿quién es mi prójimo? Porque esta pregunta sigue siendo muy actual, ¿Quiénes son los heridos al borde del camino? Del tuyo o del mío… ¿para quién soy prójimo? ¿a quién he cuidado o curado? ¿ante quién me detengo?

Mi respuesta podría ser que cada uno de los enfermos que me encuentro en este centro, su familiares, pero también los compañeros de trabajo, los voluntarios, los hermanos de San Juan de Dios, los amigos de esta familia juandediana, los que se van cruzando en mi camino… todo aquel que me invita a descentrarme de mí misma y poner la mirada del corazón en Él. Porque como Juan de Dios descubrió y experimentó, hay lugares especiales en los que nos encontramos con el rostro de Cristo, Dios está en el hombre que sufre, amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí, en el más necesitado nos encontramos con Dios, mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y al que yo pueda ayudar.

Pero lo que verdaderamente he descubierto con San Juan de Dios, es que el prójimo no es solo aquel que tienen una necesidad ajena, sino que exige que el samaritano pase a ser prójimo del hermano. Por querer dar dignidad al otro, con gestos que aparentemente parecen insignificantes, como son una mirada, una caricia, una escucha, con sólo ser y estar me convierto en prójimo del que pide ayuda; no sólo el otro es mi prójimo, sino que su necesidad me convierte a mí en prójimo.

Además, Juan de Dios, pasó a ser samaritano porque experimentó que se trata de mirar al prójimo con el corazón: 


  • Ante tantos que pasan de largo, Juan de Dios siente la obligación de pararse y no sólo con los vivos, también con los muertos. Nunca le faltó la suficiente libertad interior, para reclamar con fuerza ante aquellos que pasaban de largo: en una ocasión encontró un cadáver en la calle, pero como no tenía dinero para envolverlo en un lienzo y enterrarlo dignamente, cargó con el cadáver y lo dejó delante de la casa de unos señores ricos hasta que el inquilino cedió para enterrarlo.
  • También supo mirar y pararse, mostrando especial sensibilidad, ante la realidad de la mujer que sufre la explotación.

¿Y qué aprendo de Juan de Dios con todo esto? No sólo a ver, sino a mirar con sensibilidad y misericordia todo lo que me rodea, a descubrir situaciones de necesidad y sufrimiento, no sólo a nivel físico, sino también a nivel espiritual. Debo reconocer que cuando llegué a este centro, sólo se trataba de enfermos, sólo se trataba de otros que a mí no me implicaban nada. Hoy, se trata de personas con algún tipo de enfermedad o discapacidad, hoy se trata de personas que tienen un corazoncito, que quieren amar y ser amados. Y ante ninguno debo desviar la mirada, ni pasar de largo, como hicieron el sacerdote o el levita de la parábola.

Con San Juan de Dios, el hombre samaritano, que a la vez supo hacerse prójimo, he aprendido a anteponer la preocupación por el otro antes que mis intereses personales, he aprendido a relativizar muchas cosas y dar importancia a lo que verdaderamente es importante, debo reconocer que no siempre es fácil, hay que superar miedos y resistencias; sin embargo, teniendo a Juan de Dios como modelo, y a tantos hermanos que han seguido sus pasos, creo que es posible, y poco a poco voy aportando mi granito de arena, a veces incluso a pesar del cansancio, y a veces, como me decía el hermano Florido, es que hay que hacer ruido, “por si Dios se queda dormido”.

Juan de Dios, hombre samaritano, es un modelo guía para todas las formas de atención y de ayuda a favor de cualquier persona necesitada o que sufre, hablar del samaritano de Granada es hablar de una atención holística, porque es hablar del servicio samaritano, de un estilo de trabajo en el que los últimos son los primeros. Juan recogía enfermos en las calles, les lavaba los pies, curaba sus heridas, los acostaba y arropaba, traía al médico o al cura si era preciso, y siempre en una lucha constante con el dolor y con el sufrimiento; y así fue modelo para muchos que seguirían sus pasos, los hermanos de san Juan de Dios, que con pequeños/grandes gestos siguen haciendo real la actuación desinteresada y samaritana, provocando principalmente curación interior.

Y al final de la parábola nos encontramos con vete y haz tú lo mismo, y Juan de Dios, que empezó siendo alumno de la caridad en Guadalupe, bien diría, “Donde no hay caridad, no hay Dios… aunque Dios en todo lugar está”, terminó realizando un proyecto de hospitalidad. A Juan de Dios pronto se le unen un grupo de discípulos no sólo para ayudarle, sino para vivir como él, a todos les invitaba a ser samaritanos, a realizar un cuidado especial en el acompañamiento, a recibir al enfermo como al mismo Señor, el enfermo es el Centro. Actualmente, cada uno de los hermanos, unos haciendo cruces, otros pendiente de la granja, otros del invernadero, otros de la parte económica, otros del centro, pendiente de este templo, dando clases o dando de comer incluso cuando las fuerzas flaquean, etc… cada uno, nos siguen enseñando a ser samaritanos, porque todo lo que hacen lo hacen desde el corazón, por el más necesitado, da igual si la misión es grande o pequeña, siempre es lo que el corazón mande.

Y hoy, cada uno de nosotros seguimos siendo invitados a hacer lo mismo, a comportarnos como samaritanos, efectivamente las cosas no se pueden quedar sólo en teoría… vete y haz tú lo mismo, conviértete en el prójimo del que no tiene a nadie, y en eso estamos, intentando llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, con palabras y obras, el amor misericordioso y liberador de Dios, también en mis propias periferias existenciales, y siendo muy consciente que el verdadero samaritano es Cristo. Nosotros, como Juan de Dios, seguimos sus pasos, y nos convertimos en samaritanos, que intentamos dar lo que generosamente hemos recibido.

Podría contaros todo lo que hago para procurar el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa de mi propio interés; pero no tendría ningún sentido, porque se quedaría en pura filantropía; lo importante es que todo lo que hago, lo que soy, y donde estoy, es por Cristo.

Por eso me siento profundamente agradecida, porque hace unos 13 años Cristo me puso delante de San Juan de Dios, para enseñarme a ser samaritana en el día a día, para no pasar de largo, para mirar más allá de lo que se ve, para aprender a entrar, aunque sea de puntillas, en la humanidad del ser humano y no quedarme en lo superficial, en la apariencia física. Para juntarme a otras personas: hermanos, compañeros en las unidades, o cada uno de vosotros que sois como linternas que me ayudan a mirar donde yo no veo.

Supongo que por eso me trajo Dios hasta aquí, para antes de dar mi respuesta de un sí a la vida consagrada, hace ya 11 años, experimentar dónde me puedo encontrar realmente con Cristo.

Y por ello es maravilloso seguir aprendiendo de San Juan de Dios a ser samaritana, ponerme en camino: de Villalba a Ciempozuelos, y ya en ese camino prepararme para el encuentro con el prójimo, llegar aquí y ponerme la bata: me recuerda que me ciño para servir al prójimo, leer los evolutivos o las incidencias: me hacen consciente de que formo parte de una cadena de responsabilidad del cuidado del otro, de mi prójimo, un eslabón más del cuidado a todos los niveles, esa atención holística de la que hablaba antes; tras saberme enviada por Aquel que me habita, miro lo que está por venir, ingresos programados, traslados…

Intento imaginarlos, y mi corazón y mis entrañas se preparan para acoger, para salir al encuentro, para no pasar de largo, y mi vida queda cambiada por un proyecto común. Acercarme a mi prójimo, mirarle, tocarle, darle la bienvenida, ahora somos dos vidas para caminar juntos  el tiempo que tengamos que andar, pueden ser días, meses, años… pero siempre desde una acogida incondicional, salir del yo para entrar en el tú, ahora somos dos prójimos, ahora somos un nosotros.

No me importa lo que traiga, no me importa cuáles son sus heridas, algunas veces son bendición, otras silencio, en otras expresa que su vida ha sido maldita, muy dura, llena de ira y rencor… y cargar con todo ello como Juan de Dios, buen samaritano.

El pasillo o la habitación, o la sala se convierten en nuestra cuneta, estar aún en medio del sufrimiento, la mayoría de las veces llevarlos al posadero (tantos profesionales implicados en el cuidado) para que sigan curando-cuidando de ellos, y aprender a hacer música dentro de mí con cada prójimo. No siempre es fácil, pero desde luego, mi vida tiene más sentido en medio de esta realidad.

El Papa Francisco ha vuelto a alertar en varias ocasiones sobre el ‘descarte’ social de enfermos y ancianos. Ojalá todos adquiramos tanto personal, como eclesialmente, la sensibilidad de Juan de Dios, para ver las necesidades de quienes son poco visibilizados o descartados, que entre todos nos cuestionemos constantemente quién es mi prójimo, quién es mi hermano, que ser samaritano se convierta en un estilo de vida.


Muchas gracias.

Norka C. Risso Espinoza 

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