La Iglesia no puede
ser “afónica” o “desentonada”
en la defensa y promoción de las personas con
discapacidad
Queridos
hermanos y hermanas:
Me alegra encontraros sobre todo porque en
estos días habéis abordado un tema de gran importancia para la vida de la
Iglesia en su obra de evangelización y formación cristiana: Catequesis
y personas con discapacidad. Gracias a Mons. Fisichella por su presentación,
al dicasterio que preside por su servicio y a todos vosotros por la labor en
este campo.
Conocemos los progresos alcanzados en las últimas décadas frente a la
discapacidad. La creciente toma de conciencia de la dignidad de cada persona,
especialmente de los más débiles, ha llevado a tomar posiciones valientes de
inclusión de aquellos que viven con diversas formas de discapacidad, para que
nadie se sienta extraño en su propia casa. Y sin embargo, a nivel cultural
todavía hay manifestaciones que hieren la dignidad de estas personas por la
prevalencia de una falsa concepción de la vida. Una visión a menudo narcisista
y utilitaria lleva, por desgracia, a algunos a considerar marginales las
personas con discapacidad, sin percibir en ellas su múltiple riqueza espiritual
y humana. Todavía es demasiado fuerte en la mentalidad común la
actitud de rechazo de esta condición, como si impidiera ser felices y
realizarse a sí mismos. Prueba de ello es la tendencia eugenésica de suprimir a
los nonatos que tienen alguna forma de imperfección. De hecho, todos conocemos
a tantas personas que, con su fragilidad, incluso grave, han encontrado, aunque
con fatiga, el camino de una vida buena y rica en significado. Por otro lado,
también conocemos personas aparentemente perfectas y desesperadas. Además, es
un engaño peligroso pensar que somos invulnerables. Como decía una chica que
conocí en mi reciente viaje a Colombia, la vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser
humano.
La
respuesta es el amor: no el falso, melindroso y pietista, sino el verdadero,
concreto y respetuoso. En la medida en que se es acogido y amado, incluido en
la comunidad y acompañado para mirar hacia el futuro en confianza, se
desarrolla el verdadero camino de la vida y se experimenta una felicidad duradera.
Esto, – lo sabemos -, se aplica a todos, pero las personas más frágiles son
como una prueba. La fe es una gran compañera de vida cuando nos permite sentir
en primera persona la presencia de un Padre que nunca deja solas a sus
criaturas en ninguna condición de su vida. La Iglesia no puede ser “afónica” o
“desentonada” en la defensa y promoción de las personas con discapacidad. Su
proximidad a las familias las ayuda a superar la soledad en que a menudo corren
el peligro de terminar por falta de atención y apoyo. Esto es aún más cierto
por la responsabilidad que tiene en la generación y en la formación en la vida
cristiana. A la
comunidad no pueden faltarle las palabras y especialmente los gestos para
encontrar y acoger a las personas con discapacidad. Especialmente la liturgia
dominical tendrá que saber cómo incluirlas, porque el encuentro con el Señor
resucitado y con la comunidad misma puede ser fuente de esperanza y de valor en
el camino, no fácil, de la vida.
La
catequesis, en particular, está
llamada a descubrir y experimentar formas coherentes para que cada
persona, con sus
dones, sus limitaciones y sus discapacidades, incluso graves, pueda encontrar
en su camino a Jesús y abandonarse a Él con fe. Ningún límite físico o psíquico
puede ser un impedimento para este encuentro, porque el rostro de Cristo brilla
en lo íntimo de cada persona. Tengamos también cuidado, especialmente nosotros
los ministros, de la gracia de Cristo, para no caer en el error neo-pelagiano
de no reconocer la necesidad de la fuerza de la gracia que viene de los
sacramentos de la iniciación cristiana. Aprendamos a superar el malestar y el
miedo que veces se pueden sentir frente a las personas con discapacidad.
Aprendamos a buscar e incluso a “inventar” con inteligencia herramientas
adecuadas para que a nadie le falte el apoyo de la gracia. Formemos – ¡en
primer lugar con el ejemplo! – catequistas cada vez más capaces de acompañar a
estas personas para que crezcan en la fe y den su contribución genuina y
original a la vida de la Iglesia. Por último, espero que en la comunidad las
personas con discapacidad puedan ser cada vez más sus propios catequistas,
también con su testimonio, para transmitir la fe de manera más efectiva.
Gracias por vuestro trabajo de estos días y
por vuestro servicio en la Iglesia. ¡Nuestra Señora os acompañe! Os bendigo de
corazón y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Congreso Catequesis y personas con discapacidad
Discurso del Papa Francisco
Sala Clementina, 21
de octubre de 2017
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